
La obesidad y el sobrepeso, es bien
sabido, acarrea un sinnúmero de consecuencias para la salud y eleva el riesgo
de sufrir serios males que pueden llevar incluso a una muerte prematura.
Los casos de hipertensión infantil,
por ejemplo, hace más de una década se daban casi solo
en casos de pequeños con malformaciones congénitas en diversos órganos como
el corazón, riñones o bien en las arterias. Hoy, esos casos se derivan de malos
hábitos de vida y hay entre dos y tres casos diagnosticados por mes.
Las causas del aumento en la obesidad
también son conocidas: mayor sedentarismo, menos posibilidades de realizar
actividades físicas y un cambio en la dieta que incluye mayor cantidad de
comidas rápidas, de poco o nulo valor nutricional y con cantidades exageradas
de azúcar, sal y grasa.
Aquí quiero hacer énfasis en dos
cosas. La primera, en aquellos productos que parecen más “naturales” y por ellos aparentan ser inofensivos y el agresivo
mercadeo y publicidad de estos productos a un público infantil y adolescente.
El principal, quizás, aparte de las
gaseosas a las que ya me he referido en varias ocasiones, es el segmento de
bebidas azucaradas.

En los EE.UU., por ejemplo, las
bebidas azucaradas representan la mayor fuente de azúcar en la dieta de niños y
adolescentes y un 46% en la de los adultos. La cifra incluye gaseosas, jugos,
bebidas energéticas, entre otras.

Asimismo, William Dietz, del Centro
para el control y la prevención de enfermedades, reconoce que es la publicidad
la que impulsa un tipo de comida que a su vez impulsa la posibilidad de que
exista obesidad.

La reciente prohibición en Costa Rica de la comida chatarra en las escuelas en un buen paso. Sin embargo, hace falta mucho más por hacer, comenzando porque exista mayor facilidad de acceder a comida saludable y a controlar la publicidad y el mercadeo dirigido a niños, niñas y adolescentes, de productos que se sabe son dañinos para la salud.
Y cada uno de nosotros, asumir la responsabilidad que nos toca, de pensar bien a la hora de elegir los productos que consumimos y principalmente de aquellos con cuáles alimentamos a nuestros hijos.
2 comentarios:
Más que prohibiciones, lo que necesitamos (para variar) es más y mejor educación en este tema. Que a los niños se les eduque sobre cómo debe ser su propia alimentación, obviamente sin caer en esnobismos o pretender que en las casas de los niños coman cosas que estén fuera del alcance del presupuesto familiar. Podemos estar seguros que los niños que ahora no pueden comprar sus "picaritas" o sus hamburguesas en la soda de la escuela, las compran en su barrio en la pulpería, o en el supermercado (igual que siempre). Mejor sería que esos niños no quisieran comprar comida chatarra porque estuvieran educados en lo perjudicial que es para ellos mismos, lo cual creo que es algo que no se hace, o no se hace lo suficientemente bien.
Estoy de acuerdo con la educación, pero las restricciones son necesarias. Veamos el ejemplo del fumado. La reducción de la publicidad aunado a los impuestos y las prohibiciones han probado ser efectivas para reducir el consumo de cigarrillos. Siempre habrá quienes los busquen hasta de contrabando, pero son los menos. Las prohibiciones de comida chatarra en las escuelas también han probado ser efectivas en donde se han puesto en práctica, aunque los niños puedan buscar las golosinas en otra parte. Es parte de la educación, y eso lleva tiempo. Por otro lado, no podemos dejar todo en la educación cuando tenemos una industria que invierte miles de millones de dólares en persuadir a los consumidores con técnicas modernas de publicidad y mercadeo que incluyen el estudio del cerebro y atacar las debilidades del ser humano, con mucho más razón de los niños y adolescentes. La lucha es desigual y las empresas no se van a autorregular. Por últimos, consideremos que muchos de estos alimentos tienen componentes adictivos, comenzando por las grandes cantidades de azúcar y la cafeína presente en algunos refrescos gaseosos. Como bien dice en el artículo, ellos moldean nuestro gusto, nuestro estilo de vida y ahora también el peso de una nación. Como escribí, la responsabilidad es compartida, pero esta incluye ponerle coto a la libertad con que la industria de la comida chatarra ataca, literalmente dicho, a nuestra niñez.
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