domingo, 5 de junio de 2011

Se vende Planeta Tierra

En solo tres meses, de octubre del 2010 a enero de este año, la deuda de los ticos con tarjetas de crédito creció 17 mil  millones de colones. La suma total adeudada, sin contar otras opciones de financiamiento como créditos personales, es de  ¢602.032 millones. Bueno para la economía, malo para los consumidores.

Ese es el problema de un sistema que se sostiene sobre la base de gastar mucho más de lo que necesita, con el dinero que no se tiene, y desechar lo que aún sirve para alimentar la producción y las ganancias –sin límites- de quienes ostentan el poder económico. 

Un sistema que Serge Latouche, prestigioso economista francés y profesor emérito en la Universidad París,  advierte que conducirá directamente al desastre.

Según Latouche, el crecimiento económico no sirve para satisfacer necesidades reales, pero sí para crear necesidades  ficticias que al final llevan a una “ dictadura del mercado” en donde los gobiernos ya no deciden nada.

“Hace falta ser loco -o quizás economista- para creer que el crecimiento puede ser indefinido con un planeta con recursos limitados”, afirma el defensor de la teoría del decrecimiento (reducción de la producción y consumo razonable conforme a los recursos disponibles) como una forma de evitar la catástrofe que se avecina.

Por lo pronto, seguimos aferrados a un modelo de tres patas, base de la sociedad del crecimiento, que son la publicidad, la obsolescencia programada (productos fabricados con una vida útil calculada y reducida) y el crédito.

Dicho de otro modo, la publicidad nos incita a comprar productos que no durarán, obligándonos a comprar otros nuevos (reparar es casi siempre más caro o imposible) con dinero prestado o en cuotas, pues los salarios no alcanzan.

Ahí están esos 17 mil millones como prueba de un sistema perverso que muchos economistas -sin decirlo abiertamente- saben que es insostenible.

Paradójicamente, la promesa del consumo de darnos una vida mejor, no se cumple en sociedades devoradoras de recursos como la estadounidense. De 1950 al año 2000, el crecimiento económico contrasta con un decrecimiento en el nivel de satisfacción de las personas. En términos simples. A mayor cantidad de chunches, menor felicidad.

Serge Latouche propone el decrecimiento como solución. Un cambio de paradigma y la necesidad de instalar un nuevo modelo económico que genere nuevos valores. Detener cuanto antes ese ciclo perverso de crecimiento ilimitado que utiliza el consumo desmesurado como motor para hacer crecer un nivel de producción que -a su vez- obliga al consumo masivo y global de los productos fabricados.

No se trata de volver a las cavernas, ni de privarnos de lo necesario. Por el contrario, se trata de sustituir la ilusión -creada por la publicidad- de poder obtener bienestar y felicidad a través del consumo de objetos, por una vida centrada en valores más satisfactorios de acuerdo con nuestras más profundas convicciones. Es decidirnos a soñar con un mundo distinto, y no quedarnos de brazos cruzados a esperar la debacle.



 “El mundo es suficientemente grande para satisfacer las necesidades de todos, pero siempre será demasiado pequeño para la avaricia de algunos.” Ghandi.

1 comentario:

Róger ChG. dijo...

En el campo, popularmente, se dice que la gente con mucha plata y bienes materiales no vive tranquila. Esto se ha dicho hace años, cuando todavía no habían verjas por todo lado. Que no duermen bien pensando en la seguridad de sus cosas, que esto les afecta la salud, que no pueden compartir sanamente, etc. Quizás hay una veta de autojustificación de la pobreza en esto (resignación, como la conocida Desiderata): la sabiduría popular tampoco está libre de contradicciones.