Las deudas que los costarricenses mantienen mediante tarjetas de crédito superan los ¢585.000 millones. Para que nos demos una idea de lo que eso significa, el Ministerio de Economía explica que si esa deuda se repartiera entre todos los costarricenses, a cada uno le tocaría pagar ¢418.000.
Un buen porcentaje de los deudores apenas si está cancelando el monto mínimo, lo cual significa que el dinero se va para el pago de intereses sin que la deuda disminuya.
En algunos casos, los intereses son tan altos que pueden llegar a duplicar la deuda inicial en un período menor a los dos años. Entre las peores está la tarjeta Compra Fácil (ojo el nombre) de Hipermás, que cobra un 54%.
A la exorbitante deuda de los ticos con tarjetas hay que sumar los préstamos personales de consumo, o deudas por compras en establecimientos comerciales como Gollo o Importadora Monge.
Al igual que las tarjetas, los intereses de estas casas comerciales, cuya estrategia de venta es vender al crédito para sacar la mayor rentabilidad, consiste en ofrecer toda clase de electrodomésticos, y no pocos aparatos de lujo, en “cómodas cuotas” quincenales.
La tabla de financiamiento e intereses cobrados que se incluye en los anuncios es prácticamente ilegible y si usted tiene la paciencia y la posibilidad de verla con una lupa, se dará cuenta de que al final el monto prácticamente se duplica.
No falta quien diga que este problema radica en que la gente es muy gastona y no se mide. Es decir, achacan la responsabilidad en forma exclusiva a los consumidores. Pero el asunto no es tan sencillo.
Tan cierto es que existe una responsabilidad individual, como cierto es que nuestro modelo económico está basado en el consumo desmedido. En otras palabras, si nosotros los consumidores nos educamos, no nos endeudamos y compramos estrictamente lo necesario, la economía del país colapsaría. Si la gente no compra, los negocios proceden al recorte de personal, se desacelera la producción y la economía se va al carajo.
Ya vimos algo similar con la crisis provocada por el colapso de los bancos en los Estados Unidos. El llamado no era para que la gente ahorrara. Al contrario, al consumidor se le pide que salga a gastar para poner en marcha la economía. Claro, decirle es muy fácil. El problema es cómo consumir cuando los salarios no alcanzan ni para cubrir las necesidades básicas de salud, alimentación, vivienda y vestido.

Asistir a conciertos, comprarse una pantalla plana e ir a ver a Shakira al majestuoso Estadio Nacional. "Solo faltás vos! nos machaca hasta la saciedad la publicidad. "Tome Chichí", dice otra para incitar a los más humildes a parecerse a su rico patrón, todo por tener un objeto de consumo que va más allá de sus posiblidades, y todo gracias a la "magia" del crédito.
El éxito de actividades como la Expomóvil está basado estrictamente en las posibilidades de financiamiento que ofrecen los bancos. Igual sucede con la compra de casas, computadoras, Ipods, Iphones, y todo lo demás.
Está claro. El nuestro es una copia del modelo articulado por el economista y analista de las ventas Victor Lebow, poco después de la Segunda Guerra Mundial, y en el cual la enorme productividad económica obligó a hacer del consumo una forma de vida.
Para Lebow la cosas debían ser “consumidas, quemadas, reemplazadas y desechadas a un ritmo nunca antes visto”. Ese credo lo conocemos al dedillo.
En Tiquicia vivimos un espejismo que está a punto de terminar. O mejor dicho, de explotarnos en nuestras propias narices.
Ya sucedió en los Estados Unidos en donde el drama de millones de personas ahogadas por el crédito fácil ha sido expuesto por diversos medios, incluidos dos documentales, Maxed Out (Término en inglés que hace referencia al momento en que la tarjeta de crédito está al tope) y In Debt We Trust (En la deuda confiamos).
El creador de In Debt We Trust, Danny Schechter, antiguo productor de las prestigiosas cadenas noticiosas, ABCy CNN, expone con este trabajo la llamada “Financialización”, un poderoso complejo industrial basado en la deuda y el crédito.
Según Schechter, la "democratización del crédito” ha llevado a la democratización de la dependencia y creado una sociedad insostenible que tiene asidos a millones en un hoyo financiero que ni siquiera llegan a comprender. Cualquier similitud con lo que está sucediendo en Costa Rica, no es ninguna coincidencia.
La pregunta es: ¿cuándo estallará la burbuja?