domingo, 28 de febrero de 2010

Autos que matan

Koua Fong Lee está en la cárcel por no poder detener su auto en una carretera interestatal de Minessota y colisionar otro auto. El accidente ocurrió en 1996 y en el percance murieron tres personas.
A pesar de que Fong Lee aseguró haber hundido su pie en el pedal del freno, el auto no respondió. El jurado no creyó esta versión y lo envió ocho años a prisión. El caso se ha reabierto por la sospecha de que el vehículo que conducía Lee, en efecto sufrió un desperfecto mecánico.
Otro más en la andanada de problemas que durante las últimas semanas han azotado a la industria automovilística y los cuales, por increíble e irritante que resulte, podrían deberse a un asunto de reducción de costos.
Las recientes afirmaciones de Toyota –provenientes de documentos internos de la empresa- en el sentido de que ahorró dinero tras convencer a los reguladores estadounidenses  de limitar un retiro de autos por defectos, ponen en evidencia el interés de la compañía de anteponer sus intereses económicos a la seguridad de sus consumidores.
Con el título "Victorias para Toyota -- Grupo de Seguridad", el documento revela los millones de dólares ahorrados por la compañía al lograr retrasar el cumplimiento de regulaciones de seguridad y evitar investigaciones sobre defectos.
A la debacle de Toyota se suma el retiro de más de 430.000 camionetas Suzuki en Japón por defectos en el sistema de aire acondicionado que podrían generar un incendio y de Daihatsu (también del grupo Toyota) con un retiro de 60.774 vehículos cuyo airbag podría activarse accidentalmente.
Y hay más. El pasado 10 de febrero Honda  anunció la retirada de más de 437.000 de sus autos, también por defectos con las bolsas de aire y como si esto fuera poco, en el año 2000, las compañías Bridgestone/Firestone, Masatoshi Ono reconocieron problemas en los neumáticos utilizados en automóviles todoterreno de Ford. El desperfecto cobró la vida de 148 personas y otras 525 sufrieron lesiones.
Esta conducta irresponsable e insensible de los fabricantes de vehículos no es nueva.  En 1993 una mujer llamada Patricia Anderson tuvo un accidente con su auto Chevrolet Milibu, modelo 1979. Ella viajaba con sus cuatro hijos cuando al detenerse en un semáforo otro auto la embistió por detrás.
El choque produjo un incendio y tanto Anderson como sus hijos resultaron con quemaduras de segundo y tercer grado. Una de sus hijas sufrió una amputación y todos quedaron desfigurados.
Luego de un prolongado juicio se supo que la General Motors (GM) había montado el depósito del combustible en una posición peligrosa con el fin de disminuir costos.
Las pruebas aportadas demostraron que la GM tenía conocimiento sobre el riesgo de incendio del Malibú y de otros modelos, pero optó por hacer lo que resultaba más conveniente en términos de ganancias.
Un informe elaborado por un ingeniero del departamento de diseño avanzado había calculado el ahorro para la compañía en caso de permitir que la gente muriese a causa de los incendios de combustible, versus el costo de alterar el diseño de los vehículos para prevenir que esto ocurriese.
Si una persona física actuara de esta manera, sería catalogado como un psicópata y enviado a la cárcel. Con una corporación la lógica es distinta. El presidente de la Toyota, Akio Toyoda, pidió perdón y se marchó a su casa.   
Tim Howard, profesor de leyes en la Universidad Northeastern que coordina las acciones legales contra Toyota afirma: "Los propietarios de (autos) Toyota pensaron que estaban comprando calidad. En lugar de eso, consiguieron un automóvil tan defectuoso que podía llevarles a la muerte".
Quien tiene un Toyota, no sabe lo que tiene.

domingo, 21 de febrero de 2010

Bienvenidos a Costa Debe

La cifra adeudada por los ticos, según acaba de revelar  la Superintendencia General de Entidades Financieras, asciende a  ¢486.253 millones y esta crece como una bola de nieve gracias a los intereses de usura que cobran la mayoría de emisores, y cuyos porcentajes en algunos casos superan el 50 por ciento anual.
Esta tragedia nacional es producto de un sistema económico que promueve el consumo desmedido, lo estimula a través de la publicidad y luego deja caer la guillotina sobre aquellos que no pueden hacerle frente a sus deudas.
La posición de los emisores en el sentido de que los ciudadanos deben ser responsables con el manejo del dinero plástico, suena tan sincero como la etiqueta de  “beba con moderación” que aparece en las etiquetas de bebidas alcohólicas.
Lo cierto, y ellos bien lo saben, es que si la gente aprendiera a utilizar estos instrumentos como medio de pago y no recurrieran al financiamiento, el sistema colapsaría.
En los Estados Unidos  el drama de millones de personas ha salido a la luz pública en al menos dos documentales, Maxed Out (Término en inglés que hace referencia al momento en que la tarjeta de crédito está al tope) y In Debt We Trust (En la deuda confiamos).
Ambos trabajos muestran con ejemplos contundentes la trampa en la que han caído los consumidores del norte, y que incluso ha cobrado la vida de jóvenes universitarios quienes ahogados por las deudas con tarjetas de crédito, a muy temprana edad, han recurrido al suicidio como única forma de saldar sus cuentas.
In Debt we Trust se denuncia cómo el sistema estadounidense dejó de basar su riqueza en la producción y convirtió a los grandes centros comerciales en los motores de su economía. Eso significa que la gente debe comprar más de lo que necesita para alimentar el sistema, aún a costa de su bienestar personal.
El creador de In Debt We Trust, Danny Schechter, antiguo productor de las prestigiosas cadenas noticiosas, ABCy CNN, expone con este trabajo la llamada “Financialización”, un poderoso complejo industrial basado en la deuda y el crédito.
Según Schechter, la "democratización del crédito” ha llevado a la democratización de la dependencia y creado un sociedad insostenible que tiene asidos a millones en un hoyo financiero que ni siquiera llegan a comprender.  
Con  1.400.000 tarjetas de crédito en Costa Rica y una deuda que representa el 2.6 por ciento del producto interno, las deudas de los ticos con dinero plástico parecen acercarse a la dimensión de “tragedia nacional” de los estadounidenses.
No se puede pedir responsabilidad individual, cuando el sistema incita de forma irresponsable al abuso, ni tampoco cuando los intereses y las condiciones de pago han sido diseñados como timos para embaucar y no soltar a sus “víctimas”. 







domingo, 14 de febrero de 2010

Esas famosas "ofertas"...

10%, 15%, 25%, ¡50% por ciento de descuento! Las rebajas y promociones siempre están ahí para hacer clic en el botón que impulsa las ventas.
Este es el principio sobre el cual se fundamentan las ofertas dado que no existe un medidor interno para saber cuánto valen las cosas en realidad.  Por eso, a la mayoría de nosotros nos es difícil saber qué queremos a menos que lo veamos en contexto.
Veámoslo con un ejemplo. Si queremos ir a un restaurante y nos encontramos con una promoción de un emisor de tarjetas de crédito que nos ofrece un 50% de descuento en una lista de restaurantes seleccionados, ese puede ser un buen aliciente para tomar una decisión.
Igual sucede en los supermercados. Puede que llevemos preparada una lista de los productos que vamos a adquirir, pero en el súper nos encontramos con que una marca de leche viene acompañada de una cajita de cereal con la etiqueta “gratis” adherida y eso nos lleva a modificar la idea original de compra. 
De igual forma los famosos “Sale” del mall atraen cientos de compradores deseosos de conseguir ropa de marca u otros artículos con precios más asequibles.
Sin embargo, esta dinámica de las ofertas debe ser vista con cuidado, pues se dan casos en que solo son una estrategia publicitaria de venta que en la práctica no representa poca o ninguna ventaja para el consumidor. 
Pienso, luego compro
Un principio básico de los descuentos es que en la etiqueta venga marcado el precio original. De nada sirve que se nos diga que hay un porcentaje de rebaja si no tenemos como base el precio que se cobraba antes de la oferta.
Es importante también tener cuidado con el estado en que se encuentra la mercadería para comprobar que el descuento no obedece a una condición inferior del producto. En los supermercados -por ejemplo- hay que fijarse si los productos en oferta no están cercanos a su fecha de vencimiento o ya están vencidos.
Otro punto a considerar es que el hecho de que exista un descuento o rebaja, no es necesariamente una ventaja si el precio original es tan elevado que aún con el descuento el producto sigue siendo caro, ya sea en relación con sí mismo o con un producto similar vendido en otro establecimiento comercial.
Vuelvo al ejemplo de los supermercados. Usted puede observar productos en oferta en una cadena de supermercados cuyo valor (aún rebajado) es igual o superior al precio normal de otra cadena.
En ocasiones para acceder a una oferta uno debe comprar más cantidad de producto. Aquí el punto es si de verdad vamos a necesitar ese producto extra o si al final terminamos comprando más de la cuenta por la sensación de que estamos ganando algo.
Es como las ofertas de compre un par de zapatos y llévese el segundo a mitad de precio. Desde el punto de vista del almacén, la suma de ambos pares equivale al precio normal de venta de dos pares de zapatos. El almacén gana pues en vez de vender un par, vende dos.
Desde el del consumidor, la sensación es la de haber comprado algo más barato (el segundo par), cuando en realidad lo que compró fue un par extra que en principio quizás no estaba presupuestado.
No todo lo que brilla…
En restaurantes de comida rápida suelen ofrecer “pequeños precios” por productos individuales. Esto es cierto si usted compra un solo producto. En la práctica no sucede así. Usted termina agregando papas y refresco y al final la cuenta no refleja ningún “precio pequeño”. La oferta surtió su efecto. 
Un viejo consejo, que quizás no sea muy práctico, pero sí eficaz, es no dejarse llevar por lo que dice la publicidad, y sí por la comparación efectiva que nosotros como consumidores podamos hacer de los productos, calidades y precios.
Los programas de lealtad, esos que nos ofrecen ciertos privilegios para comprar siempre en el mismo lugar, poseen la desventaja de que al final desechamos la sana práctica de buscar y comparar con el fin de verificar si en verdad esas “ofertas” representan una ganancia para nuestro bolsillo o no.
Además, muchos de estos programas condicionan el descuento a la utilización de una tarjeta cuyos elevados intereses, en caso de financiar la compra, terminan devorando, y por mucho, el porcentaje de descuento obtenido.
Tenga presente que las estrategias para persuadirnos de comprar no deben violentar nuestro derecho de recibir información veraz y completa. Usted como consumidor debe exigir que se le brinde toda la información del producto y denunciar cuando esto no suceda.  

domingo, 7 de febrero de 2010

Don dinero Presidente


¿Ganó Laura Chinchilla la silla presidencial por qué gastó más dinero que nadie en publicidad electoral?

Está claro que no. Otto Guevara también dilapidó cifras millonarias y ni así convenció. ¿Cuántos votos dejaron de cosechar los otros candidatos, en cuenta Ottón Solís, por no tener dinero para transmitir su mensaje con la misma intensidad y fuerza que Chinchilla y Guevara? Esa pregunta se quedará sin respuesta.

Lo que sí podemos decir con certeza es que el actual sistema de financiamiento de los partidos políticos convirtió esta campaña en una lucha vergonzosamente desigual que atenta contra el sistema de libre elección democrática de que tanto nos ufanamos.

La fiesta electoral del domingo 7 de febrero mostró por un lado la belleza de un país en donde la gente puede acudir a las urnas a honrar su derecho al voto sin ningún temor a la represión ni a la violencia que predomina en otros países; y por otro, un proceso en donde solo dos partidos políticos tuvieron acceso a todos los medios posibles para posicionar sus mensajes en la mente de los votantes.

Los demás debieron conformarse con migajas al no poder hacerle frente a las sumas exorbitantes que cuesta la publicidad en los medios de comunicación masiva. Para que tenga una idea, cada valla iluminada que usted vio con la cara de un candidato, candidata (o de un viejo chingo) cuesta 5 mil dólares mensuales y un minuto en televisión para pedirnos votar por el candidato menos malo ronda los 700 mil colones.

El Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) responsabilizó a los propios partidos políticos de que los grandes capitales pudieran estar detrás del financiamiento de algunas agrupaciones en perjuicio de otras. Mientras que el actual código electoral dio luz verde a empresas nacionales o extranjeras para inyectar dinero sin límite a los partidos a través de la compra de bonos.

Los bonos, en teoría el instrumento que permite a los partidos obtener fondos de la deuda política al final no lo fue, pues resulta que los bancos son los que le otorgan valor a esos bonos y lo hacen basados en los resultados de las encuestas. Sin dinero para anunciarse, los partidos políticos sacan “mala nota” en las encuestas, y entonces los bancos no les dan dinero.

Por eso el Partido Acción Ciudadana (PAC) se vio obligado a suspender la pauta publicitaria en la televisión a solo pocos días de las elecciones. El propio Luis Antonio Sobrado, presidente del TSE afirmó que los bonos tienen un sesgo inequitativo y constituyen un portillo para que se infiltren grandes capitales a los partidos, en cuenta dineros producto del narcotráfico o de otras fuentes ilegales.

Como vemos, la amenaza contra la democracia es latente. A pesar de eso, Costa Rica ya eligió presidenta. Y sí, ganó el partido que más gastó en publicidad.